Durante una tertulia radiofónica, Pablo Iglesias perdió los nervios cuando su interlocutora mencionó a Venezuela. No es casualidad: Iglesias ha sido durante años un defensor del régimen autoritario de Nicolás Maduro, por lo que cualquier referencia al país caribeño suele incomodarle.

Intentando desviar el foco y desacreditar a su contrincante, Iglesias recurrió a una falacia de distracción: le preguntó si podía nombrar cinco ciudades venezolanas. La periodista no supo responder. El objetivo era claro —ridiculizarla—, pero la jugada no terminó bien para él.

Minutos después, el propio presentador del programa lanzó la misma pregunta a Iglesias: “¿cinco ciudades venezolanas?”. Tampoco supo hacerlo.

El intento de exhibir superioridad intelectual acabó en un boomerang mediático que expuso su hipocresía y su falta de coherencia. Una muestra más de cómo, cuando se recurre a la arrogancia en lugar del argumento, el ridículo es casi inevitable.